Por Diego Lafuente

¿Alguna vez te has preguntado qué es lo que da valor al dinero? Estamos tan acostumbrados a usarlo que no le damos ninguna importancia, pero el hecho de que alguien te dé un coche, un ordenador o un kilo de langostinos a cambio de unos cuantos papeles de colores, es, cuando menos, admirable. El dinero es lo que llaman los antropólogos una «ficción compartida«. Una de las muchas con las que convivimos. Monedas y billetes tienen valor porque todos nos creemos que lo tienen. Así de simple. El día en el que dejemos de créelo, perderán todo su valor, y seguramente el mundo, tal y como lo conocemos, se irá al carajo. Ahora bien, ¿quién nos ha engañado para que todos nos creamos que un papel púrpura con un edificio moderno impreso que ni siquiera existe vale lo mismo que 16 kilos de solomillo de ternera? La respuesta es «nosotros mismos». El dinero es un medio muy conveniente para intercambiar bienes, y por eso lo hemos adoptado. Pero lamentablemente, no cualquiera puede emitir dinero, o mejor dicho, si un cualquiera se pone a emitir sus propios billetes, éstos carecerán de valor. Porque nadie se lo creerá. El billete púrpura de 500 euros tiene valor porque todo el mundo se fía de la entidad que lo emite. El Banco Central Europeo está respaldado por una serie de países teóricamente serios, y eso hace que los papeles de colores que salen de sus prensas rotativas valgan mucho más que los que puedan salir de la  impresora de tu casa.
Las diferentes entidades emisoras de dinero no son las únicas «autoridades centrales» o «propietarias de la red» en las que confiamos. Casi todas las transacciones que hacemos cotidianamente tienen una autoridad central que la valida y de la que se fían ambas partes. Piensa en cuando reservas un hotel. Vas a booking.com (o cualquier otro metabuscador que sea de tu confianza), buscas, eliges, reservas y pagas. Sabes que booking.com es una empresa seria, y que los hoteles de su red existen y tienen plazas libres. Por otro lado, los hoteles que están en la red de booking.com se fían de que booking.com se va a encargar de cobrar las reservas y las cancelaciones. Booking.com es el propietario de su red de hoteles y clientes, y actúa de autoridad central de la que ambas partes se fían. Uber, AirBnB, eBay o incluso Facebook: la lista de autoridades centrales de las que nos fiamos es interminable. Para mí el acto de fe más ciego que efectuamos a diario es la confianza que depositamos en el sistema bancario. Cuando cobramos a final de mes, ya no nos dan papelitos de colores: simplemente hay un registro numérico en la base de datos de nuestro banco que aumenta de valor exactamente la misma cantidad que disminuye otro registro de la base de datos de la empresa que te paga. Nos fiamos de que el numerito que aparece en la web cuando consultamos nuestro saldo es en realidad el dinero que tenemos. Nos fiamos de que el banco es lo suficientemente serio como para ser capaz de evitar que un hacker entre en sus sistemas, acceda a ese registro en la base datos nos quite de un plumazo los ahorros de toda nuestra vida. Es ciertamente asombroso que depositemos tanta confianza en todos estos intermediarios. Pero lo hacemos, de nuevo, porque son extremadamente convenientes y porque nos facilitan enormemente la vida. Aunque nos cobren una comisión a cambio. La siguiente pregunta que deberíamos hacernos es: ¿son realmente necesarios?

Hace aproximadamente siete años una persona desconocida que respondía al seudónimo de Satoshi Nakamoto hizo un curioso experimento. Observó que uno de los factores que le da valor a las cosas es la escasez. El oro es más caro que el hierro simplemente porque es más escaso. Así que se propuso crear un nuevo bien escaso para ver cuánto valor adquiría. Satoshi montó una compleja red de servidores interconectados (o nodos) y un protocolo de seguridad que de una manera muy fiable garantizaba que el numero de «fichas» en el sistema sólo podía aumentar siguiendo unas reglas a las que todo el mundo tenía acceso. Además esta red de nodos era pública y transparente, de forma que cualquiera que cumpliese con las reglas, podría meter un nodo en el sistema y ayudar a llevar (y auditar) la contabilidad de esas fichas. Era casi imposible alterar maliciosamente el número de fichas del sistema, porque la contabilidad estaba distribuida en miles de nodos, y habría que hackear al menos un 51% de ellos para conseguirlo. Satoshi  creó un número inicial de esas fichas y las puso a la venta. Dado que este sistema era extremadamente fiable, público y transparente el valor de las fichas no tardó en dispararse: desde los 7 céntimos de dólar  que costaba cada una cuando se lanzó el sistema a los 1.100USD que valen en la actualidad. Si quieres, tú también puedes comprar una de esas fichas: sólo tienes que buscar en Google la palabra «bitcoin».

Además de un negocio bastante lucrativo, bitcoin supuso un cambio radical de paradigma en el sistema de autoridades. La autoridad emisora y garante de las transacciones que se realizan con bitcoins está distribuida en miles de nodos. Hay miles de árbitros independientes que se aseguran de que nadie hace trampas. Un sistema mucho más fiable que los regidos por una autoridad central, y que además, elimina las comisiones del intermediario. La tecnología que hay debajo de bitcoin se llama blockchain y es tan fácil de explicar como difícil de implementar. Blockchain es una especie de «libro de cuentas» distribuido que garantiza que las transacciones realizadas dentro de un sistema son conocidas y verificadas por todos. Imaginemos un sistema de reserva de hoteles basado en blockchain que incorporase su propia moneda virtual: el Receptio. Para hacer una reserva en este sistema, necesitas comprar Receptios, cuyo valor fluctuaría de una manera similar a la del bitcoin. El sistema lleva la cuenta de cuántos Receptios hay en el sistema y a quién pertenecen, así como de cuántas habitaciones hay disponibles en cada momento y a qué hotel corresponden. Este balance de habitaciones y Receptios es público y ha sido verificado por todos los nodos de la red. De esta forma, cuando alguien hace una reserva en un hotel, la transacción se confirma al instante, y el balance de habitaciones y Receptios se actualiza automáticamente en todos los nodos. Sin intermediarios ni comisiones.

Blockchain es una tecnología relativamente nueva y aún quedan algunos asuntos de privacidad por resolver antes de que se pueda extender el uso de sistemas como el que he descrito antes, pero todo apunta a que blockchain va a suponer una revolución en el modo en el que efectuamos transacciones similar a lo que supuso el paso del trueque al dinero. La confianza que ahora se deposita en un intermediario que te cobra una comisión por ello se va a distribuir en redes de nodos, y las transacciones se van a realizar punto a punto, sin necesidad de nadie que valide y garantice la transacción. Hace más de 9000 años que se inventó la agricultura, y con ella pasamos de ser nómadas a sedentarios. Se crearon las primeras ciudades y comenzó el necesario intercambio de bienes. La evolución del comercio a un sistema más complejo y globalizado hizo necesario que surgiese y proliferase una nueva especie en el enrevesado ecosistema de las relaciones humanas: el intermediario. Esa misma evolución es la que lo va a poner en peligro de extinción.