Por: José Miguel Gónzalez

La calle es una de las mejores muestras de realidad que uno puede encontrar. Pregunta por la calle a un suficiente número de personas aleatorias sobre algo, y tendrás una respuesta muy cercana a la verdad. Por ejemplo, pregunta hoy en la calle ¿qué opinas de la separación de Bustamante? Y tendrás un aluvión de críticas de todo tipo. Nadie te dirá ¿Busta-Qué? Por desgracia, si preguntamos el nombre (solamente un nombre, nada más) de algún científico célebre de la historia de la Humanidad, el 46% de la población española se queda en blanco. Ni Einstein, ni Newton, ni Curie… Y ya no preguntemos sobre hitos científicos de los mismos. Encuestas en las calles de España han llegado a revelar que un cuarto de la población cree que el sol gira alrededor de la Tierra. ¡Pero qué curioso! Una sociedad que usa a diario tecnología de vanguardia, que consume los últimos avances médicos, que a pesar de todo reconoce la labor de la ciencia y de los científicos como algo positivo. Para que de la calle salga algo más alentador, para que la gente a la que va dirigida la ciencia sepa lo que es y lo que hacemos por ellos, es vital que la ciencia salga a la calle. Los gobiernos harán como que no se han enterado de la marcha, pero en mi opinión esta marcha es para ellos, para la gente de la calle, para que nos vea y nos conozca, y quizá así dar la vuelta a esas vergonzosas estadísticas.

 

Daniel Pérez : Hace ya varios años, en la noche madrileña, me topé con una persona que dudaba de la edad geológica de la Tierra. Dudaba, no de los cientos de millones de años de error estadístico (sobre miles de millones) que tienen las técnicas de dataje, sino de si la Tierra podría, de hecho, tener una edad mucho más corta, del orden de algunos miles de años. Mi respuesta aquella noche fué pedirle a mi interlocutor que produjese su teléfono móvil y preguntarle si el método por el cual unos cuantos satélites podían determinar su posición casi exacta sobre la superficie del planeta se le antojaba fundamentalmente diferente a los métodos que nos indican la edad de ese mismo planeta. Aquella noche entendí que el problema quizás no era que la gente dudase de los resultados obtenidos por este gran «consenso» que llamamos Ciencia (el famoso 3% vs. 97% respecto a las causas del cambio climático, por ejemplo), sino que, desgraciadamente, muchas personas no entienden qué es la Ciencia. Sin duda, nuestro sistema educativo, la apatía de nuestra sociedad y el ninguneo por parte de la clase política a este campo han contribuido a que esto ocurra con demasiada frecuencia. Carl Sagan dijo una vez que vivimos en una sociedad que depende exquisitamente de la ciencia y la tecnología, pero en la cual casi nadie sabe nada sobre ciencia y tecnología. Estas áreas, más allá de suponer vías para satisfacer nuestra curiosidad, tienen (y tendrán) grandes consecuencias éticas, sociales y fundamentales a la supervivencia de nuestra, y otras, especies en este planeta. Es por esto que no podemos permitirnos el lujo de tratar este tema con menor peso del que requiere; por ello, y por mucho más, necesitamos una marcha por la Ciencia.

 

Mario Merino: Creo que es necesario reclamar una mayor financiación pública de la Ciencia en España. Aunque no lo parezca, aquí tenemos grandes científicos y nada que envidiar a los países de nuestro entorno. Sólo hace falta un gobierno y un país que entienda que invertir en Ciencia es una prioridad de altísimo retorno para todos, y no un capricho al que destinar unos pocos euros.

Por otra parte, al igual que mis compañeros, siento que como individuos sabemos más bien poco sobre Ciencia, mucho menos de lo que deberíamos, especialmente en esta Edad de la Tecnología, de la información instantánea en el bolsillo, de esta Era Espacial, en la que hemos desarrollado un impresionante mapa de gran precisión sobre cómo funciona todo. Incluso nosotros mismos, investigadores, ignoramos aspectos básicos de otras ramas de la Ciencia de las que nos dedicamos. Esto nos pone en una situación vulnerable frente a quienes quieren manipularnos, o vendernos cualquier engañifa moderna que se esconde detrás de una palabra que «suena a Ciencia» para estafar a los ingenuos (véase «medicina cuántica»).

Identifico dos razones por las que la Ciencia, si bien es reconocida por todos como uno de nuestros mayores logros, como una de las actividades «más humanas del ser humano,» queda de lado en nuestro día a día. Por una parte, la cultura de la comodidad que hemos desarrollado, si bien trae ventajas, nos hunde en la autocomplacencia, nos hace mirarnos el ombligo y huir de todo lo que requiere esfuerzo como pensar. Por otra, los investigadores no logramos acercar de verdad lo que hacemos, lo que nos apasiona, lo que descubrimos, a nuestros vecinos y amigos.

Debemos recuperar este valor. Debemos pedir a nuestros gobernantes que se lo tomen en serio, y primero hemos de hacerlo nosotros mismos. Porque todos queremos saber, necesitamos saber, para ser grandes y no estancarnos como sociedad. Empecemos ya a dar pasos en esa dirección, reeducándonos, volviéndonos exigentes, y preguntando a nuestros investigadores, que siempre están ahí. Caminemos juntos por la Ciencia.

Javier Frontiñán: Podría argumentar la importancia de esta marcha en la falta de interés de la clase política (TODA, independientemente del partido) por la ciencia, basada en su total ignorancia científica y por lo tanto en ser un campo en el que están desnudos y no pueden utilizar su charlatanería. Podría apoyarme en estadísticas sobre cuántos españoles piensan que la tierra es plana o cuántos investigadores tienen que irse de este país. Pero me gustaría mirar un poco más allá de cifras y ataques políticos.

Necesitamos una marcha por la ciencia, porque esta es la mayor herramienta transformadora que tiene y ha tenido el ser humano. Porque la ciencia se basa en la curiosidad, en el aprendizaje, en el inconformismo, en nuestra necesidad ancestral de explorar y comprender el mundo. Porque la ciencia nos hace poderosos como sociedad. Una sociedad que comprenda cómo funciona el mundo no se dejará engañar. Sabrá que el cambio climático es real; que ¡sí!, aunque muchos no lo crean, pisamos la luna y que podemos pisar marte, que las vacunas funcionan, que no hay diferencias entre nacionalidades, razas, ni condiciones sexuales, que no existen muros. Solo existe un lugar en el mundo donde conviven personas de múltiples nacionalidades, culturas, ideologías, etc., donde todos reman hacia un mismo lugar y con un mismo objetivo, ¿las Naciones Unidas?…no, el CERN.

Si compartimos la ciencia con la sociedad, la estamos formando frente a charlatanes y sacavotos que cada vez más inundan nuestro mundo. En este mundo de post-verdad, la mejor herramienta que tenemos es el conocimiento verdadero y verificado, la ciencia.

 

Irene Martín: La ciencia es el desarrollo y el progreso de la humanidad. Es la ciencia la que descubre los materiales que permiten construir puentes kilométricos, la que crea tarjetas de memoria de un centímetro cuadrado en las que cabe la biblioteca del Congreso de los EEUU o la que sencillamente ha doblado la esperanza de vida en el último siglo.

Es la ciencia la que logrará curar enfermedades todavía incurables, devolver la visión a los ciegos o que caminen lesionados medulares. También es la ciencia la que solucionará incluso los problemas derivados del mal uso de los descubrimientos científicos, como la contaminación ambiental, los accidentes de vehículos o los escapes radiactivos.

Pero el progreso que trae la ciencia no es solo material. El conocimiento científico, sustentado por la evidencia que proporciona la ciencia,  es esencial para el desarrollo del ser humano como persona. Kant definía la ilustración como “der Ausgang des Menschen aus seiner selbstverschuldeten Unmündigkeit”, es decir, la salida del hombre de la minoría de edad causada por su propia culpa; la minoría de edad como dependencia, inmadurez, ingenuidad. La ausencia de conocimiento científico es el caldo de cultivo en el que triunfa el engaño y la superficialidad.

Hay muy poco dinero público para la ciencia. Salvo las grandes excepciones en investigación militar o carrera espacial, que por cierto han traído avances como internet o el GPS, los gobiernos destinan muy pocos recursos de su presupuesto a la investigación y al desarrollo científico. Su horizonte temporal es muy corto, hasta las próximas elecciones, demasiado breve para obtener resultados de la investigación científica que lleguen a los votantes. Los presupuestos de las universidades y de otros centros públicos (como nuestro CSIC) son exiguos. La iniciativa privada se mueve por intereses comerciales, legítimos pero que no siempre coinciden con el interés científico. Sin embargo, creo que los políticos podrían invertir mucho más en investigación aunque los resultados no fueran inmediatos, si sencillamente fueran hábiles para venderlos como inversión necesaria para las siguientes generaciones.

Tenemos que concienciar a la gente. Marchemos por la ciencia.