Mi primer día en Celera

Por: Andrea Martos

Qué veces, las primeras. Normalmente no salen bien. La primera fotografía nunca es buena, en el primer paseo en bici uno pasa más tiempo en el suelo que sobre el sillín. La primera empresa, la primeras letras, el primer beso.

Las líneas que siguen son la crónica de una excelente excepción: CELERA.

Dos de febrero, diez y diez de la mañana. Sol radiante, frío seco: Madrid. Taxi en la lontananza, mano al alza, buenos días, a Rafael Calvo 39, gracias. Diez y cuarto. Sé que entorno a un centenar de jóvenes con toda clase de talentos han sido evaluados por el panel de expertos. Aún no me creo que vaya en este taxi, en esta dirección, a esta presentación. Diez y veinte. La última vez que me postulé a algo en España fue en 2014, para la tesis de fin de grado en cierto laboratorio. En aquella entrevista no se medió un buenos días, sencillamente se me indicó que con esto -sosteniendo con algún reparo mi expediente entre los dedos índice y pulgar- jamás haría un doctorado, aclaración no requerida pues no pedía asilo científico para los próximos 10 años, tan solo algo de información. Se me mostró la puerta y salí primero del despacho y, tres meses más tarde, del país. Diez y veinticinco. Aún no sé cómo me atreví a postularme a la 4º Generación de Celera. Y aquí estoy, Andrea Martos, en la puerta de la Fundación Rafael del Pino, hogar intelectual de muchas de las ideas fundamentales que han sostenido mis pasos, altavoz de las palabras de tantos de mis maestros, patrón de esta iniciativa extraordinaria nacida de la mano de alguien no menos extraordinario: Javier García Martínez.

Diez y media. Qué veces, las primeras. Normalmente no salen bien. Excepto esta. Me conducen a la planta baja, la mayor parte de mis compañeros de viaje ya han llegado y por fin conozco a Viviana. Nos habíamos enviado algunos correos para concretar los perfiles de cada uno de nosotros, pero faltaba lo más importante, ponerse cara. Compruebo con alegría que charlan entre todos, que no hay ese silencio incomodo interrumpido por monosílabos y sonrisas de media gana que suelen caracterizar los primeros minutos de casi cualquier evento. Me siento junto a una chica que se llama Lola y me hacen falta escasos minutos para constatar la sospecha de que Lola es estupenda -además de ingeniera de Telecomunicaciones, entre otras muchas cosas- (querida, va un abrazo).

Viviana nos explica el programa, diseñado a prueba de tímidos (yo misma, por ejemplo, que tengo un pico de ultratimidez durante el primer minuto de conversación) y antes de hablar con los componentes del panel de expertos y los patrones de Celera, la Fundación Banco Sabadell y la Rafael del Pino, nos presentamos ante los otros seleccionados. Por primera vez en… ¡nunca hasta hoy!, no me siento la rara que ha seguido un camino un poco diferente al cursus honorum estándar. Lola, Javier, Sofía, Delia, Santiago, José Manuel, Julia, Virginia, Gonzalo, Adela, y yo misma comentamos en un par de minutos algo de esas cosas que nos apasionan y a las que intentamos contribuir cada día con lo mejor de nuestro carácter y nuestro conocimiento. Para saber qué en efecto son las cosas que les -nos- entusiasman no hace falta ser Holmes. Basta escucharles: la risa no se finge, el genuino entusiasmo tampoco.

Once en punto, subimos a la primera planta y nos recibe una mesa alargada en el centro de una de esas salas de la Fundación, techo alto, paredes de blanco, café de bienvenida. Al instante empiezan a aparecer algunas caras conocidas y otras que confío lo serán dentro de muy poco. Nos dan la bienvenida Vicente Montes, director de la Fundación Rafael del Pino, Miquel Molins, presidente de la Fundación Banco Sabadell, y Sonia Mulero, directora adjunta de la misma. Reflexiono en segundo plano mientras escucho su intervención: dos fundaciones que promueven la excelencia, el saber, la cultura, la iniciativa emprendedora y la formación de dirigentes. Doy hoy las gracias y presiento que no dejaré de darlas porque el impacto de lo que viene se dejará notar por años. Sigue Javier García, presidente de Celera, brillante científico amen de espíritu bravo y generoso hasta el punto de fundar algo tan extraordinario como esto, presenta la iniciativa y nos explica cómo se ha llegado hasta aquí. Pienso que en ocasiones me dejo llevar por el desasosiego al echar un vistazo a la prensa y sin embargo historias como estas me hacen volver a creer. Turno de Francisco Martínez, director de Celera, que tuvo como virtud primera la de hacer del proceso de selección un momento amable. Supe más tarde que con Francisco, Paco, compartía un amigo, un tipo excelente a quién admiro y de cuya amistad disfruto y aprendo. Y qué hay más grande que compartir un amigo. Paco, por muchos años, maestro.

Nuestro turno, el de mis compañeros sentados todos expectantes entorno a la mesa. Qué historias inspiradoras. De cada una de sus intervenciones me surgen preguntas: cuatro carillas de anotaciones breves en la libreta que según apunto ya me apremia conocer la respuesta. Están presentes la mayor parte del panel examinador de nuestras candidaturas en la tercera ronda de selección: Antonio Sainz, Almudena Díez, Pilar Santiago, Paloma Cabello e Ignacio Villoch. Solo es el primer día y ya me llevo mensajes clave a casa. Paloma Cabello nos hace ver el privilegio de nuestra posición, que genuinamente así percibo y valoro, que quizá alguno de los postulantes que quedaron fuera podría haber estado en nuestro lugar. De los once nuevos integrantes Celera, siete son -somos- mujeres. Tras nuestras respectivas intervenciones, Pilar Santiago nos indica que no es buena estrategia relatar nuestra historia como si fuésemos meros accidentes en ella, que hay que saber asignarse los méritos propios. Qué cierto. Tengo mucho que aprender pero también sé que voy a poder hacerlo, que tendré los mejores mentores y ejemplos en que fijarme. Un detalle personal. En mi intervención menciono «Volver a hacer fiestas», el libro de divulgación científica que publiqué sobre la revolución genética que viene de la mano de la herramienta CRISPR CAS. Con las cosas del momento -redoble de tambores- no menciono el título, pero Ignacio Villoch está al quite, y no solo me pregunta de inmediato, sino que en ese mismo momento lo pide por Amazon. Qué decir. Querido Ignacio, gracias cien veces cien.

Momento para las fotografías, la de grupo (¡la de familia!), y las individuales para los perfiles, al tiempo que empiezan a llegar los miembros de generaciones anteriores y una mezcolanza de abrazos de reencuentro, presentaciones, y conversaciones de los más diversos temas empieza a bullir poco a poco. El tiempo corre ahora en mi contra, me espera un proyecto de ingeniería de anticuerpos en Cambridge y por alguna inextricable razón no he conseguido convencer a la compañía aérea de que retrase el vuelo, siquiera con la excusa imbatible de tener la oportunidad de almorzar y discutir con cuatro generaciones de talentos.

Una excelente excepción, Celera. Qué veces las primeras: esta salió más que bien, pienso, perfecto preludio para todas las experiencias, enseñanzas, buenas ideas y mejores desempeños que presiento nos aguardan, todo mientras albergo el deseo de devolver a la sociedad siempre un poco más de ella generosamente me ha brindado.