Empatía y escucha activa.

Hace unas semanas me lanzaron el reto de trabajar la empatía y la escucha activa desde la música.

Se trataba de una formación experiencial para un grupo selecto de investigadores de distintos campos científicos que trabajan en proyectos punteros en nuestro país. Probablemente el grupo de mayor talento con el que he trabajado.

El objetivo era hacerles más conscientes de la importancia de saber empatizar para que los equipos funcionen bien, fomentando al tiempo una escucha activa y atenta.

La escucha activa es algo que ya hemos venido trabajando específicamente en nuestras actividades musicales: cuando tocamos juntos una pieza, aprendemos cada uno nuestra parte, pero por muy sencilla que ésta sea, lo que la completa es precisamente la conexión con la melodía de los otros. Entonces suelo trabajar la escucha consciente del otro: una vez que todos los participantes están tocando, trabajo la escucha voz por voz. Primero se trata de escuchar a los que tocan contigo, después a uno de los grupos que tocan otra melodía. Entonces les digo: su melodía es también la tuya, apóyate en ellos, pero no te vayas con ellos, porque tu melodía también es importante. Este equilibrio en la escucha genera entonces un encaje perfectamente equilibrado, a la altura de los mejores grupos musicales y después se pueden extraer conclusiones muy ricas.

Pero en el caso del otro día el proceso fue otro: quise centrar el transcurso de la formación sobre la empatía. Y el resultado fue absolutamente sorprendente.

Nada más empezar, una vez sentados todos los participantes empecé a tocar con el pianista. Me había cerciorado de dejar mi violonchelo expresamente mal afinado. La expectación era máxima, pero el resultado de nuestros primeros compases fue deliberadamente caótico. Así que paramos y nos tomamos el tiempo para afinar, y una vez afinados, tocamos la pieza que esta vez sí, sonó bien.

Una vez terminada, me disculpé y dejé caer la importancia de la afinación en un equipo, preguntando acerca de su significado. ¿Qué es aquello en lo que merece la pena invertir tiempo antes de trabajar juntos o reunirse?

Al final tiene que ver con la escucha: ¿en qué tono venimos, con qué ideas preconcebidas, con qué objetivos? Habrá que convenir primero referencias básicas comunes y ponerse en armonía, porque si no, el desafine puede ser frustrante.

Para iniciar la formación experiencial les hice hablar por parejas sobre cómo están, cómo se sienten, cómo ha ido la semana etc… Delante de las sillas les dejé una variedad de instrumentos. Después de un par de minutos les animé a presentar a su pareja y su estado seleccionando un instrumento y tocándolo. Después de tocarlo les pedí también que explicasen el porqué del instrumento y de la melodía/ritmo/efecto.

Esto implicó una comprensión experiencial muy interesante respecto a la empatía, unida a una forma de expresión creativa, que generaba un retorno muy interesante para la persona que era descrita y generando un entorno de confianza creativa muy propicio.

El siguiente ejercicio fue el que nos ocupó principalmente: los músicos tocamos el canon de Pachelbel y les hicimos tocarlo después, siguiendo unas indicaciones básicas pero sin nuestra intervención. El objetivo era realizar la mejor versión posible del Canon, que es una pieza cíclica que cada 8 acordes repite la misma secuencia.

Siguiendo las indicaciones consiguieron tocarlo juntos con cierta facilidad, pero no salían del bucle monótono y su interpretación siempre acababa cuándo uno de ellos dejaba de tocar hartos de repetir siempre lo mismo (¡qué aburrido es hacer siempre lo mismo exactamente igual!). Así hasta dos veces.

Se inició entonces un debate acerca de cómo hacerlo más interesante, buscando la figura de un director (en este caso directora), pero la generación de ideas era todavía muy superficial y no terminaba de tomar una dirección clara.

Entonces les planteé una pregunta: ¿qué significa esta pieza para vosotros? ¿Por qué queréis tocarla?

Entonces uno de los participantes, el primero en hablar comentó: “A mí me recuerda a mi infancia, cuando mi padre me ponía discos de Karajan mientras jugaba”. A partir de ahí unos comentaron que para ellos significaba la unidad, para otros también algo relacionado con el colegio y las clases de música, para otros disfrute… A partir de ahí les pedí que se pusieran de acuerdo para buscar un sentido común y convinieron que era la infancia y la unidad.

Fue así cómo se pusieron manos a la obra generando ideas para variar la pieza. Empezar poco a poco como una vida, coger más intensidad con distintos ritmos y sumar energía como en una juventud. Toda esta estructura la iban plasmando en el flipchart para poder seguirla. También nos incluyeron a los músicos para dar apoyo.  Lo ensayamos y después lo grabamos. El resultado fue mucho mejor.

Al analizar con ellos el proceso, pudimos ver cómo la apertura empática y personal al significado de la pieza había dinamizado el proceso de organización y mejorado notablemente el resultado.

Entonces les sugerí ir más allá: les pedí que compartiesen recuerdos de su infancia a los cuales quisieran asociar la interpretación. Fueron compartiendo uno a uno: “el lego que hacía mientras escuchaba el canon en casa”, “cuando el profesor de música nos lanzaba un baquetazo”, “cuando jugaba en la vaguada con mis amigos”, “los canelones de mi madre”, “tirarme en tirolina en el campamento de verano”…  Yo iba apuntando, al modo de “pensamientos felices de Peter Pan” en el flipchart: “lego”, “vaguada”, “baquetazo”, “tirolina”, “canelones”…

Después les animé a volver a tocar el canon, pero esta vez poniendo todos esos recuerdos personales para darle sentido. Les pregunté si querían volver a visualizar la estructura anterior y prefirieron quedarse con la imagen de los pensamientos.

El resultado fue espectacular. El nivel de inspiración y creatividad se multiplicó. El equilibrio de escucha perfecto, ya que unos disfrutaban de lo que los otros aportaban. La estructura no se echó en falta aunque no fue exactamente como la habían hecho antes, sino más natural y equilibrada.

Se puede decir que fue en ese momento en el que el equipo alcanzó su mayor rendimiento en todos los sentidos y también su mayor grado de disfrute y de escucha.

El último paso para comprender la importancia de la empatía, no solo en el sentido de comprender a los demás, sino también de abrirse a los demás, era el de pedirles que comparasen su grado de empatía en sus equipos con el que habían vivido, y dejarles el tiempo para reflexionar sobre lo que hacen para generar o bloquear un ambiente empático en sus equipos.

Desde mi perspectiva se puso de manifiesto la importancia de la motivación personal y su puesta en común dentro de los equipos. Puesta en común que requiere necesariamente la capacidad para empatizar y abrirse a los demás.

Evidentemente los equipos de trabajo no son orquestas, pero funcionan de una manera muy parecida: creer en lo que haces y saber que el de al lado, a su manera también cree en lo que hace, multiplica la capacidad creativa, de compromiso y esfuerzo, y transforma totalmente el clima de trabajo.

Por Pedro Alfaro Uriarte

Socio director de «Música Para Todos»

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