Por:  Mario Merino

Gracias a un proyecto Europeo en el que estamos trabajando en la UC3M, estos tres meses de verano he tenido la oportunidad de trabajar en el centro de física de plasmas y fusión (PSFC) del MIT, en Cambridge, MA. He de decir que era la primera vez que me desplazaba a Nueva Inglaterra y la idea de visitar el renombrado Massachusetts Institute of Technology me mantuvo lleno de excitación desde que el momento en que me confirmaron la estancia. Mi aventura empezó de la mejor manera posible: tuve la suerte de aterrizar a mitad del II encuentro de españoles científicos en Estados Unidos (ECUSA), que casualmente se celebraba en MIT este año. Javier García, promotor y cofundador de Celera, fue quien me hizo saber de la existencia de este evento y una vez allí me presentó a varios de los asistentes, con algunos de los cuales después he trabado amistad durante mi estancia.

Si bien el objetivo principal del viaje ha sido aprender sobre la física de ondas electromagnéticas en plasmas para progresar en el desarrollo de un nuevo tipo de motor espacial eléctrico que no use combustibles químicos, también tenía curiosidad por conocer cómo es la vida en la costa Este, en el MIT y descubrir de primera mano qué es lo que hace única a esta institución, siempre en las primeras posiciones de los rankings internacionales, produciendo muchos de los descubrimientos científicos de los últimos años, con incomparables resultados en transferencia tecnológica e innovación; acogiendo, además, a un amplio número de premios Nobel. Y sí, estoy de acuerdo: este es sin duda un tema altamente manido y sobado, sobre el que existen análisis profundos de gente que sabe mucho mejor que yo de lo que habla, y con opiniones tan numerosas, coloridas y variadas como las bebidas gaseosas que uno se encuentra en uno de los supermercados de este lado del Atlántico. A pesar de ello, no me he podido resistir a compartir mis experiencias y mi visión de la cuestión en este post, donde entresaco algunas de las reflexiones que he hecho durante mi estancia. Así que, sin más preámbulos ¡allá va!

En primer lugar, no puedo dejar de mencionar un factor que sólo indirectamente depende del investigador, éste es la gran diferencia en recursos económicos que posee una universidad americana de este pelaje, en comparación con una universidad media en España, MIT juega con un presupuesto de más de 3000 millones de dólares. Como ejemplo español, la Universidad Carlos III de Madrid dispone de 160 millones de euros. Es cierto que el tamaño de las universidades es bastante diferente; aún así, si dividimos por el número de empleados total, el presupuesto por empleado de MIT es de casi 5 veces más. Está claro que la financiación no es el único aspecto que nos separa, pero valdría la pena no olvidar que una máquina bien engrasada funciona mejor.

Por otra parte, y dejando la importancia de los dineros de lado, hay aspectos que tienen que ver más con qué se espera del investigador y cómo se le trata. Me explico: tanto en EE.UU como en España es fácil encontrar investigadores muy ocupados, que trabajan 10 (o más) horas al día, y que echan también muchos de sus fines de semana en el trabajo. Tenemos mucha pasión por nuestro trabajo. Sin embargo, el porcentaje de esas horas que se dedica realmente a la investigación en un sitio y otro, es muy distinto: mientras que en EE.UU es habitual contar con equipo de apoyo en la universidad para liberar al investigador de ciertas tareas, en España lo común es que el investigador deba hacer malabares para coordinar tareas de gestión de bajo nivel junto con la docencia y la investigación, con mucha menos ayuda por parte de la universidad. Así, se encuentra a menudo dedicando valiosas horas a mover papeles de aquí para allá. El amor por la burocracia que existe en España (¡y en general en Europa!) acrecienta el problema cuando, por ejemplo, uno necesita prácticamente cinco folios y tres llamadas telefónicas para justificar la compra de un billete de tren para asistir a una reunión de proyecto.

En tercer lugar, creo que existe un elemento relacionado con la cultura de las personas que trabajan aquí, o con su manera de entender el mundo y el trabajo que realizan. Me atrevería a afirmar que el concepto de impacto real está más arraigado en MIT que en una universidad media en España. Tratar de tener impacto real a menudo conlleva asumir riesgos, o incluso salirse del camino “marcado” para explorar vías nuevas. En aras de minimizar riesgos y asegurar una posición académica lo conveniente es, sin embargo, seguir haciendo lo de siempre y publicar cuantos más artículos científicos mejor, sean de la calidad que sean, para “hacer currículum”. Con ello, a menudo se deja de lado (o incluso se evita completamente) crear impacto real. De esta manera, el investigador avanza tranquilo en su carrera y además mantiene a la universidad feliz, porque ésta puede hablar de una gran producción científica en el número de artículos.

Si bien es cierto que hay excelentes investigadores en España con verdadero impacto real, y si bien en MIT y demás universidades americanas, también se tiene miedo al publish or perish, percibo que lo segundo es más común en España, donde también somos como norma más reacios al riesgo.

Por último, otro factor que considero central es el papel y la actitud del estudiante en MIT, como parte fundamental de la comunidad universitaria. Mientras que en España un estudiante medio no pisa un laboratorio salvo para hacer las prácticas de una determinada asignatura, aquí vive en él; desde proyectos de asociaciones de estudiantes hasta asignaturas de aprendizaje por proyectos, los estudiantes aprenden tocando, con todos los materiales y equipo a su disposición. Se les permite que organicen los laboratorios a su gusto. Tienen una vida académica mucho más completa. Se les anima si quieren probar algo o emprender, en América está internalizada la filosofía de que intentar algo, incluso aunque concluya en un fracaso, es una forma muy valiosa de aprender, y que no hay que avergonzarse por fallar. Al mismo tiempo, cuentan con menos cursos por semestre, lo que implica una menor carga de asignaturas, pero se encuentran tan entusiasmados con lo que están haciendo que nunca se quejan de todo lo que tienen que hacer en cada una de ellas: valga de ejemplo la asignatura de propulsión eléctrica espacial que tienen en MIT, donde los alumnos han de diseñar, construir y ensayar un motor cohete de plasma en un semestre (para lo cual incluso casi tienen que dormir en el laboratorio a veces). Algo así es muy difícil de implementar en España, por múltiples razones. Es en este caldo de cultivo en el a menudo los mejores estudiantes descubren su pasión por la ciencia y hacen auténticas contribuciones a la misma.

En resumen, y sin quitar valor a lo nuestro, siempre que podamos debemos mirar a nuestro alrededor, pues de todo se puede aprender algo. En esta última semana que me queda en Boston, espero seguir aprendiendo y disfrutando de esta bonita parte del mundo. Y volver a España lleno de energía.