Por: Luna Gutierrez

Cuando era pequeña me encantaba cruzar esa línea que dicen separa la realidad de la imaginación, jugaba a saltar de un lado a otro con tal naturalidad que no siempre era fácil saber de qué lado estaba. Supongo que de niños nos permitimos con más facilidad cruzar fronteras, dejar volar los sueños, quitarnos los límites.
En mis viajes me recuerdo casi siempre volando en Unicornio. Sí, yo le solía poner alas o al menos le daba la capacidad de volar, y viajaba por el aire a mi propio país que era una mezcla entre Nunca Jamás y La Historia Interminable. Segunda estrella a la derecha y todo recto hasta el amanecer, le decía. Mi Unicornio se convirtió en una especie de compañero de viaje, en el Artax de mi aventura.

Reconozco que ya desde pequeña me sentía diferente, especial, no del todo como el resto. Y lo cierto es que no trataba de esconderlo. Me gustaba individualizarme, poner “mi toque especial de Luna” en todo lo que hacía.
Creo que por ello nunca encajaba del todo en ningún grupo. Por supuesto que formé parte de ellos, en mi clase, en el conservatorio, con los amigos, en la universidad… Formé parte, pero nunca tuve ese sentimiento completo de pertenencia, de igualdad, de camada. No funcionaba del todo. Esa individualidad formaba, con todo lo bueno y lo malo que traía, parte de mí.

Mi primer vivencial de Celera fue algo mágico para mí. Recuerdo, y esto algunos me lo habéis escuchado contar, que llamé a mi padre de regreso a casa. “Ha sido como estar en un grupo de iguales”. No era capaz de entender por qué. Saltaba a la legua que todos éramos sustancialmente diferentes. Pero creo que por primera vez me sentía parte de un grupo, de una unidad. Y era un sentimiento muy reconfortante, porque no hacía que perdiera mi YO. Mientras hablaba mi padre me dijo que mis palabras le hacían recordar una frase de Lawrence de Arabia en la que hablaba del sentimiento de haberse sentido siempre una especie de Unicornio que no encajaba en un mundo real. Bastó que hablase de unicornios para que dedicáramos los días siguientes a buscar el maldito libro donde podía venir esa frase. Y no fue fácil, mi padre tiene bastante memoria, pero no creo que como para recordar que esas palabras pertenecían a una carta que Lawrence escribió a Dick Knowles en 1927.

“Alguna vez te has sentido como un Unicornio extraviado entre las ovejas”, le decía.

Para mí fue como como una especie de revelación, como si Lawrence me estuviera preguntando y yo gritara ¡SÍ! bien alto desde el otro lado de donde fuera. Siempre me había sentido un poco así, como la pieza del puzle que no encajaba completamente. Mi singularidad era una característica imprescindible en mi personalidad, pero también la razón de haberme sentido no parte del todo. Mi cuerno de Unicornio, supongo. Era como si para ganar ese espíritu de pertenencia completo tuviera que renunciar a él, lo que era un poco como renunciar a mí.

Un Unicornio extraviado entre las ovejas… para mí fue una metáfora perfecta. Recuperaba al que fue mi compañero de aventuras favorito, y que realmente creo no era más que una parte de mí, esa parte que se sentía especial, algo mágica, con un halo de misterio, y condenada muchas veces a una parte de soledad (que es realmente de lo que hablaba Lawrence). Tras ese primer encuentro tuve la sensación de que Celera había conseguido, y creo que quizá inconscientemente, reunir a ese grupo de piezas inconexas, a algunos Unicornios extraviados. Con la magia de hacernos sentir parte de un todo. Quizá también de recuperarnos un poco.

El primer requisito para que un Unicornio exista es que hay que creer en él. Con la edad y todo lo que ella conlleva solemos construir muros más grandes que hacen cada vez más difícil ver que es posible sobrepasar las fronteras entre eso que llamamos realidad e imaginación. Y comenzamos a dudar de la existencia de esa parte mágica, también de la nuestra. Y los Unicornios corren el riesgo de diluirse, extraviarse y desaparecer a veces. Si todo el mundo dice que no existen quizá lo más sensato sea pensar que es así, quitarse el cuerno y poder formar parte completa de ese todo. Aunque ello implique renunciarse también un poco a uno mismo.

Creo que al reunirnos ganamos una especie de billete interminable a ese otro lado de los muros. Como si se recuperara un poco esa capacidad de cruzar las fronteras, de dejar volar los sueños, de quitarnos los límites. Nos permitimos volver a creer en Unicornios, y entonces volvieron a ser reales. Creo que en parte nos recuperamos, dejamos de diluirnos un poco.

Me fui a un Chino de barrio y compré 10 unicornios tipo pequeño poney con alas (muy horteras, pero era los que tenían) y le regalé uno cada uno de mis compañeros junto a una pequeña cartulina en la que escribí:

“¿Habéis tenido alguna vez la sensación de ser un Unicornio extraviado entre las ovejas?
Celera ha reunido el rebaño”

Realmente no sé si todos se sentían Unicornios, creo que eso no es lo más importante. Cada cual tiene su propia manera de nombrarlo. Lo importante es que juntos nos volvimos grupo, unidad. Encontramos un rebaño. Y creer en el grupo nos hizo creer en nosotros y cuidarnos. Volvimos a dar valor a ese cuerno mágico que cada cual llamará a su manera pero que indudablemente nos permite ser nosotros por completo. Ojalá este sentimiento os contagie a vosotros y a todos los que vengan detrás. Y esas partes extraviadas de lo que sea por fin se reencuentren y crezcan juntas.

Porque como con muchas otras cosas, para que existan, primero se ha de creer.

Stay Open, Noviembre 2017