Por: Daniel Pérez Grande

¿Por dónde empezar? Mi cabecita está llena de ideas, de conversaciones, de observaciones, de recuerdos, de nuevas amistades (spoiler alert, algunas han llegado a escapar el campo gravitatorio terrestre) y de la luz de ese sol inagotable que nunca se pone, y que nos brindó la mejor despedida posible el Viernes 23: un arcoiris de media noche, que se produjo cuando dio por concluida la IV entrega del festival STARMUS, después de una semana respecto a la que usar las palabras “apasionante” o “increíble” parece insuficiente.

Supongo que sería justo decir que mi interés por el STARMUS comenzó el año pasado con una maravillosa crónica por parte de Javier Frontiñan, investigador y miembro de Celera; aunque yo había oído hablar de este evento antes de aquello, no fuí consciente de lo que me había perdido hasta que lo experimenté a través de las palabras de Javi. STARMUS es un festival joven, sí (como nos reconoció el propio Garik Israelian, padre del festival y también padre de las observaciones que nos llevaron a entender que las supernovas y los agujeros negros están irrevocablemente unidos, la primera edición del festival solo contó con 49 personas en el público ), pero en su cuarta edición ha alcanzado ya los miles de asistentes y la cobertura mediática asociada a traer a astronautas, leyendas del rock, astrofísicos, biólogos y casi una docena de premios Nobel.

Si tuviese que describir STARMUS, diría que es el lugar donde se entiende, realmente, qué época tan increíble estamos viviendo; por un lado, el más científico quizás, asistimos a un gran número de charlas de altísimo nivel: empezando por Stephen Hawking y su atrevida apuesta por alcanzar nuestra estrella más cercana a lo largo de este siglo (el famoso Starshot), pero también otras, como la de Emmanuelle Charpentier, sobre la tecnología de edición genética CRISPR-Cas9 (que sin duda le llevará a ganar el premio Nobel en algún futuro cercano), la de Edvard Moser, sobre las células del cerebro que se encargan de la orientación espacial o, quizás mi favorita, la de Sara Seager, sobre la búsqueda de señales biológicas en las atmósferas de exoplanetas (sobre este tema, cabe decir que el último conteo de planetas extrasolares, gracias a la misión Kepler, pone la media en 2 planetas por cada estrella de la Vía Láctea… algo para tener en cuenta la próxima vez que observemos un cielo estrellado). Pero, por supuesto, STARMUS no solo celebra la ciencia sino también los esfuerzos por comunicar sus resultados: en ese sentido dos charlas que no dejaron a nadie indiferente fueron las de Jeffrey Sachs, sobre cómo sobrevivir al cambio climático, a Trump y a otras crisis globales, donde expuso su visión sobre el sistema oligárquico estadounidense, su relación con el cambio climático y la necesidad de enfocar el problema de “abajo a arriba”, y hacer partícipe a la población de ello, y la de Katharine Hayhoe, que habló de cómo y dónde centrar nuestros esfuerzos de comunicación si queremos que haya un cambio real respecto al calentamiento global; ambas charlas muy potentes, que supusieron una verdadera llamada a la acción para enfrentarnos a este problema.

Finalmente, STARMUS hizo eco de una tendencia de la que me siento muy partícipe a nivel personal: la de la intersección del arte y la ciencia (la famosa “A” en el STEAM: Science Technology Engineering Arts & Math), gracias en parte a la orquesta filarmónica de Trondheim, que ayudó a Brian Greene a narrar su épica historia: “Ícaro al filo del tiempo” y a May-Britt Moser a describir cómo el cerebro genera un mapa espacial de sus alrededores. Músicos, por descontado, no faltaron en un festival donde la música supone la mitad del nombre (el famoso MUS) y varios conciertos cerraron los días en el festival, incluyendo una verdadera lección en “maestría” por parte del inolvidable guitarrista Steve Vai.

Parece que STARMUS no se volverá a celebrar hasta el 2019, lo cual nos confirmó Iñaki Soroa, cofundador del evento; visto el crecimiento exponencial del evento, no me sorprende, ya que el trabajo para organizarlo debe ser poco menos que titánico. Dos años es suficiente tiempo para limar, también, algunas asperezas, ya que el evento no ha estado exento de polémica: a parte de las bajas en persona de Buzz Aldrin y Stephen Hawking, los paneles, sobrados de personalidades científicas y mediáticas, carecieron a veces de enfoque e hilo narrativo; por otro lado, en palabras de mi amiga Tia Tidwell, “STARMUS sufrió de problemas de diversidad en cuanto a género, raza y edad”, problemas de los que hicieron eco, de forma muy sonada, Sara Seager, que decidió abandonar el evento a mitad de camino, o Alexandra Witze, corresponsal para la revista Nature, que fue muy crítica durante su tweeting en directo del evento.

Por supuesto, 2019 también supone el 50 aniversario de la llegada del hombre a la Luna, así que será, sin duda alguna, un gran momento para volver a celebrar un STARMUS con renovadas fuerzas e inspiración. Por mi parte, solo espero que pueda volver a repetirse el panel de “Moonwalkers”, en el que Buzz Aldrin, Harrison Schmitt y Charlie Duke, astronautas de las misiones Apollo todos ellos, conducidos por un grande la comunicación científica, Neil Degrasse Tyson, nos recordaron por qué es importante que la humanidad sueñe con las estrellas. Hasta entonces, habrá que soñar en clave de #STARMUS.